Embajadas antiguas,
muros desconchados.
De óxido las negras verjas
esplenden como la noche.
Silencio de ventanas huecas,
sólo el viento cada tarde
y las palomas sin memoria
con ojos fijos de presente.
Aquellas vísperas
con el horizonte
trazado de esperanza
y el arpegio de las copas
sobre la línea del cielo,
el rumor de la fuente
y el color de los cipreses.
Desmedida sensibilidad.
Silencio de orquestas extintas,
silencio, silencio,
y el aleteo del olvido
entre las estatuas amputadas.
Entre la alta maleza
los gatos se alimentan
de filigranas y miseria.
Huele a restos de vida.
Huesos en papel de diario.
Entroncadas buganvillas
en granito conservan el linaje
de aquellas noches y la música
de una blanca falda al rodar.
Noches siempre cálidas
por el fado de tus labios
por aquel largo camino
de la mano entre hortensias.
El jazmín silvestre envenena
cada aliento de mi recuerdo.
Tu país desapareció de los atlas
como mi nombre de tu diario.
La farolas no se encendieron
y a veces permanecí mirando
la luz tenue de las cortinas.
Embajadas antiguas,
muros desconchados.
Texto: Jesús Fragoso
Fotografía: David Gallant y Marc Rivière